Hace treinta años asumía por
segunda vez la banca de Concejal por el Partido Intransigente, luego de haber
sido desalojado de la misma por la revolución dictatorial del año 1976.
Eran tiempos de euforia en la
ciudadanía, los locales partidarios se llenaban de gente ansiosa por participar
y ayudar en forma honoraria a preparar los pasacalles, las pinturas en las
paredes y las interminables reuniones de difusión y docencia. A nadie se le
ocurría pedir un peso por su actividad y cuando se reclutaban fiscales para las
elecciones sobraban candidatos.
Más adelante se formó la
“militancia rentada” y muchos se arrimaron a los locales partidarios para ganar
un sustento sin importarle los ideales y las propuestas.
En las elecciones había triunfado,
luego de muchos años, el Partido Justicialista y nuestro candidato, mi maestro
Edgardo Hugo Yelpo perdió por primera vez
luego de haber sido electo tres veces Intendente Municipal. Formábamos un bloque de sólo cuatro
Concejales y nos convertimos en una
oposición constructiva que controlaba al gobierno pero aportaba propuestas. Esa
oposición nos valió elogios y críticas y a partir de allí el partido perdió
consenso y no tuvo más representación en el Concejo.
Nuestro primer proyecto de
ordenanza fue referido a la restauración del escudo municipal tradicional. El
Intendente de facto había cambiado el escudo por uno que se suponía era el
escudo de armas de la familia Necochea.
El mismo tenía la imagen de un
yelmo medieval y la de un rey, para colmo moro, y el historiador Egisto Ratti
demostró que el propio General Necochea había desestimado su uso en moneas
acuñadas en Lima por algún alcahuete de turno
Todos los sellos y la papelería
de la Municipalidad
fueron cambiados por el nuevo escudo y el mismo se colocó en el frente del
Palacio Municipal cuando la
Asamblea de 1813 había prohibido el uso de títulos y blasones
de nobleza en los edificios públicos. Solamente en dos lugares el tradicional
escudo quedó vigente: en la tapa del Ecos Diarios y tallado en el escritorio
del Concejo que al ser puesto contra la pared pasó desapercibido.
La ordenanza fue aprobada por
unanimidad y el escudo de nobleza fue destruido y reemplazado por el
tradicional que tiene su origen en el dibujo de una farola del puerto como se puede
comprobar en los archivos del Concejo y que después derivó por obra de los
dibujantes en una imagen del faro de Quequén.
La población estaba muy feliz por
la vuelta de la democracia, no había odios sino discrepancias y trabajábamos en
común para un futuro mejor. Lejos estábamos de la violencia que enferma nuestra
sociedad en estos días, la que debe desaparecer si que remos una nación en paz
y unión.
Esto no quiere decir que todo
pasado fue mejor. Hoy contamos con herramientas informáticas que deberían
cambiar la administración municipal. Sin embargo se siguen debatiendo los
mismos temas, se hacen las mismas promesas y nuestra comunidad se ha estancado
en relación con nuestros vecinos y como siempre, la culpa la tiene el otro y
nadie asume sus propias responsabilidades. Los que pasamos por la actividad
política debemos asumirnos como culpables de no haber encontrado la senda
correcta del progreso. Sin duda, hemos defraudado a esa ciudadanía que creyó
que con el regreso de la democracia todo iba a cambiar.
Publicado en Ecos Diarios el 10 de diciembre de 2013
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