sábado, 4 de septiembre de 2010

SUEÑO CON UN PAÍS MEJOR


Hace muchos años, cuando me fui de Buenos Aires buscando nuevos horizontes, encontré un grupo de amigos que me enseñaron a interesarme por la cosa pública y comencé a actuar en política y en instituciones intermedias.

Era la época de las grandes utopías, forjadas por hombres de extraordinario valor cívico que anteponían el interés general a las aspiraciones personales. Los jóvenes nos formamos en estos conceptos y apreciábamos la austeridad y la solidaridad de nuestros mayores. Aprendimos mucho y adoptamos normas de vida que tratamos de no olvidar durante los terribles años que transcurrieron desde entonces.

La militancia rentada no existía, las sedes de los partidos políticos estaban llenas de ciudadanos comprometidos que nada pedían a cambio de su dedicación. Poco a poco la cosa fue cambiando. Había que tener dinero disponible para contratar adherentes y los que aspiraban a cargos lo hacían no para solucionar los problemas de la gente sino su propio futuro.

Ahora, mucho más viejo y desencantado, utilizo los medios de comunicación para expresar mis ideas y algunos me siguen y muchos me condenan. Todo lo que pasa en nuestro amado país se concentra en conflictos de intereses, pujas de corporaciones de dudosa legitimidad y líderes con pies de barro que aspiran a conducir las estructuras del país sin sustento de partidos políticos democráticos y organizados. Los que todavía soñamos con ese país mejor que deseamos desde siempre nos hemos transformado en dinosaurios en extinción que estamos al margen de los grandes conflictos.

Los problemas cotidianos de la gente son secundarios para nuestra clase política, salvo honrosas excepciones, porque todo pasa en aniquilar al adversario en esta división artificial de la sociedad en amigos y enemigos. Si hablamos de inseguridad se nos califica de fascistas o derechosos, si nos preocupamos por los derechos humanos de los muertos y de los vivos somos de izquierda. Como la seguridad de la población, la educación, la salud pública, la vivienda digna y la redistribución del ingreso son derechos humanos, los límites se me tornan confusos.

Entre los blancos y los negros yo me quedo con los grises. No comparto muchas de las cosas que hacen los gobiernos pero no soy destituyente. Leo Clarín todos los días desde que se publicó por primera vez porque lo compraba mi padre pero no he compartido su línea editorial muchas veces. No quiero entrar en polémicas que no me representan y que de ideologías nada tienen. Deseo una patria donde nos sentemos a trabajar por un futuro mejor tomando como ejemplo nuestros vecinos de la región. Los fanáticos de posiciones supuestamente enfrentadas no pueden contar conmigo.